Épater le bourgeois… y al público

Por ALBERTO AGUILAR | 8 NOV 2022

A la programación de Intersección le conciernen, como es sabido, obras cuya idea y producción tienen lugar en una entente entre el arte contemporáneo y el cine de vanguardia, abarcando gran variedad de formatos —proyección, exposiciones y performance, entre otros—, de técnicas y de lenguajes.

Su quinta entrega propuso el abordaje, gracias a distintas poéticas, de la crisis ecológica en la que estamos sumidos. Por ello, el eje central fue la sección titulada Una caída, una fractura, una posibilidad: bajo este epígrafe el festival nos interroga sobre cuestiones tales como los modos de vivir o habitar la incertidumbre, o sobre cuáles son nuestras decisiones a la hora de quedarnos con algo o de prescindir de ello, o sobre las posibles perspectivas que emergen en nuestra caída colectiva hacia eso que desconocemos, o sobre si nos es dado extraer otro sentido de liberación a partir de experimentar el escenario derivado de la mencionada crisis.

Cuatro fueron las secciones monográficas de este año, en las cuales se desgranó la poética y la trayectoria del colectivo italiano Flatform, del artista portugués Daniel Blaufuks, de la artista y directora suiza Pauline Julier, y de la artista y cineasta gallega Blanca Rego. Hablaremos en lo que sigue de las dos últimas.

La obra de Pauline Julier explora las conexiones que los seres humanos crean con su ecosistema a través de historias, rituales, conocimientos e imágenes. Sus piezas se componen de elementos de diversa procedencia (documental, teórica, ficcional) para restituir la complejidad de nuestra relación con el mundo.

Luego de que asistiéramos a la proyección de Titanic en el Centro Galego de Artes da Imaxe-Filmoteca de Galicia, cuenta Julier que los asiduos al Grand Théâtre de Genève, institución que le encargó la pieza, durante la temporada 2021-2022 no comprenden ni las imágenes ni las metáforas del mencionado trabajo: parecen ajenos, pues, a la punzante visión de un mundo que se hunde y en el que el espectáculo continúa.

La propuesta de Blanca Rego, artista influenciada tanto por el cine experimental como por la música electrónica, reflexiona a su vez sobre la relación entre la imagen/píxel y el sonido/ruido: en particular, sobre cómo desgajar ambas dimensiones o vectores y buscar su equilibrio a modo de práctica artística.

Antes que descubramos las películas que Rego seleccionó para mostrar en el cine París, sede principal del festival, esta avisa de que algunas de sus piezas podrían incomodarnos habida cuenta tanto del uso de luces intermitentes y estroboscópicas como de las pistas de sonido empleadas: sus palabras anticipan, pues, cómo la artista acaso impacte en su expectante auditorio.


Ambas creadoras proponen construir complicidades con la audiencia. Los delicados parámetros artísticos que Julier enhebra para traducir la zozobra de nuestros días no logran epatar ni aturdir a quienes participan de un espectáculo lírico. No es el caso, por contrario, de aquellos que se ausentan ni tampoco de los que son aplicados y buscan acomodo sensorial frente al inteligente y extenuante continuo de imágenes para ser escuchadas y de sonidos para ser mirados de Rego.

Quizá la poética preciosa de la primera ya no sea suficiente para que el público reconozca el peso y la significación de la crisis ecológica de nuestra época y para que, además, se relacione con ella. Aunque no explore deliberadamente el mencionado estadio de alarma actual, lo mismo debiera decirse, sin embargo, que el despliegue artístico de la última: la queja o el desgarro que produce el medio, nos habla tanto de una fractura larvada en nuestro modo de percibir el hundimiento de la realidad circundante como de una extinta posibilidad de emocionarnos o de adquirir colectivamente consciencia de una caída: ingredientes de la meridiana certidumbre en nuestros días.