Nadia Scit. El Bosco. El jardín alquímico de las delicias
Por María Caucel I 28 OCT 2025
Algunos cuadros anuncian un misterio por el mero hecho de que detienen a quienes deambulan por el museo o la pinacoteca. Quien atienda será invitado a descifrar un posible mensaje que late en cómo el autor articula los elementos o los personajes de su obra.
Quizá Nadia Scit, pseudónimo del paisajista y escritor Manuel Gómez Anuarbe, haya deambulado por el Museo del Prado en repetidas ocasiones, y también se haya detenido ante El jardín de las delicias del Bosco otras tantas, lo mismo en toda ocasión como si fuera la primera vez que el cuadro lo interpela. Es verosímil.
No lo es menos que tanto Gómez Anuarbe como quien escribe este texto bajo heterónimo nunca supieran realmente — al mirar el cuadro — qué nos cuenta el Bosco: Nadia Scit. En este sentido, Panoksky decía de él que era un artista lejano e inaccesible. Así, si en El jardín de las delicias todo es alegórico, remoto y hermético, es necesario no dejar de acudir a su continua interpretación.
Esto es precisamente cuanto lleva a cabo Manuel Gómez Anuarbe en El Bosco. El jardín alquímico de las delicias, publicado por la editorial El Viso: un análisis pormenorizado de cada escena del famoso tríptico, cuya premisa es que el pintor flamenco se inspiró en los principios generales de la alquimia.
El Bosco habría tenido presente en su pensamiento visual, pues, las siete etapas de la alquimia: la calcinación, la disgregación, la conjunción, la putrefacción, la fermentación, la destilación y la coagulación; sus colores: Nigredo o negro, Albedo o blanco, Citrinitras o amarillo y Rubedo o rojo; el proceso por el cual lo volátil (mercurio) se transforma y adquiere la condición de permanente (azufre) y viceversa; los utiles empleados en los laboratorios alquímicos: el atanor o los matraces en forma de huevo; o la geometría y la magia del universo; entre otros ingredientes alquímicos.
Para comprender el cuadro, Gómez Anuarbe sugiere una lectura basada en los mencionados principios generales de la alquimia; pero debe realizarse invirtiendo el orden de la tradicional, basada en la creación del mundo según La Biblia (Edén - Variedad del Mundo - Infierno). Esto es: de derecha a izquierda, o de la oscuridad a la luz. Esta lectura complementaría la tradicional y arrojaría luz sobre la dimensión alegórica de El jardín de las delicias, merced a revelar significados ocultos en el cuadro durante más de cinco siglos.
Dentro de quinientos años, nadie sabrá realmente cuánto el Bosco contaba ni a sus coetáneos ni a nosotros mismos. Quienes deambulen por el Museo del Prado — o por el lugar donde quiera que se halle El jardín de las delicias — y, además, se detengan ante nuestro admirado tríptico no dejarán de ser interpelados para que ensayen sobre el posible mensaje que Manuel Gómez Anuarbe ha tratado de comprender en las páginas de su libro.